sábado, 14 de agosto de 2010

CÉSAR PINEDA MONCRIEFF: LA ESTETICA DE LO ATROZ


CÉSAR PINEDA MONCRIEFF: LA ESTETICA DE LO ATROZ


Por Juan B. Juárez

El dibujo en cuanto captación y representación de la realidad tiene una originaria relación con el conocimiento y la verdad. La delimitación de la forma que el dibujo establece, valga la paradoja, no es formal: capta la esencia de lo que es, que de esta manera accede a la representación. Pero hay algo más: la delimitación, el delimitar, supone lo ilimitado, de manera que lo dibujado retiene y deja ver en sus contornos el mundo al que pertenece. Tal contorno ¿pertenece al objeto dibujado o al mundo del cual ha sido separado? Como quiera que sea, el dibujo destaca a un objeto que hasta entonces permanecía indiferenciado dentro de su mundo, fuera este el de la naturaleza, el de la sociedad o el de la comunidad de los dioses, y establece la imagen diferenciada de su identidad, mucho antes que la palabra que lo designa y que el pensamiento que lo conceptualiza.

Pero quizás habría que precisar más sobre la naturaleza del dibujo: si originariamente la pintura como imitación de la naturaleza buscaba la presencia del original en la copia de su imagen, el dibujo en cambio busca retener únicamente los rasgos esenciales de los objetos, o más exactamente de la imagen de los objetos, de manera que podríamos pensar que la pintura como reproducción del mundo tenía originariamente una función mágica, mientras que el dibujo, en cuanto síntesis de la imagen y producto de una observación más detenida, tiene más bien una función intelectual ligada al conocimiento… y a otras facultades del entendimiento.
Podemos decir, entonces, que todo dibujo es doblemente imaginario. No sólo tiene su origen y su realización en la imagen sino también porque el producto del dibujo es una formación de la imaginación: una imagen liberada intelectualmente de su objeto (incluso el dibujo más realista y detallado) pero que todavía no llega a la abstracción del concepto. De allí la libertad imaginativa que caracteriza al dibujo: permite jugar con las imágenes. De allí también sus límites: todo dibujo, sea cual fuere su propósito, tiene un modelo, una imagen ideal, o mejor dicho una esencia para la cual busca una imagen que le sea esencialmente fiel, que la retrate y la exprese no sólo en su forma sino sobre todo en su significado (recuérdese, a propósito, que un retrato busca no sólo captar el parecido sino el carácter, el espíritu de su modelo)


De la misma manera que todo dibujo implica un modelo, también implica a un observador: el artista, el dibujante, en este caso César Pineda Moncrieff (Guatemala, 1980), que quiere acercarse con sus dibujos a la esencia de la perversidad contemporánea, esa que todavía no tiene nombre ni imagen pero que, sembrada y creciendo en nuestro interior, deforma hasta la atrocidad la imagen que nos expresa. Pero quizás deformar no es el término más adecuado ya que implica a una forma “pura” o ideal que se degrada (pienso en el ideal renacentista), y los dibujos de este artista no son el aberrado producto de una metamorfosis sino propiamente la imagen inédita del hombre nuevo.



A diferencia del dibujo moralizante que ilustraba los perniciosos efectos de los excesos humanos, o del dibujo político que lo hacía con respecto a los abusos de los poderosos, los dibujos de César Pineda Moncrieff no son condenatorios y carecen, por eso, del humor de la exageración y del optimismo edificante de lo que puede enmendarse. Digamos que los dibujos moralizantes y de crítica política imaginaban a posteriori: dado un pecado o un abuso (la gula o la intimidación violenta, por ejemplo) se procedía a exagerar la boca, los músculos y la expresión facial. La perversidad que se anuncia en los de Pineda Moncrieff, en cambio, no es externa ni accidental, ni tampoco ha sido escogida como opción, sino que aparece como condición de la vida contemporánea, de manera que al contemplarlos no nos sentimos acusados sino simplemente retratados, captados en nuestra esencia, sin espacio ni posibilidades para la culpa y el arrepentimiento, para el asco y la repugnancia; de hecho, estas opciones son en este caso, más que irrelevantes, incongruentes.


Lo que cabe frente a los dibujos de Pineda Moncrieff es la silenciosa perplejidad, el breve pálpito de horror, el angustiante presentimiento que asalta a quien sorprende a su inconsistente imagen un segundo antes de que se disuelva en las profundidades del espejo. De ahí que el mérito de su obra no resida en esos oscuros sentimientos que captan y expresan sus dibujos sino en la lucidez con que identifica (les da forma) a los invisibles coágulos atroces, a los malignos tumores que corrompen a los espejos y a las conciencias.

La lucidez de Pineda Moncrieff no siempre es intuitiva. Algunas de sus imágenes son producto de una especie de reflexión poética sobre la condición atroz de nuestra época. El dibujo titulado “Las palabras” muestra peces temerosos expulsados por un personaje vociferante sobre un paisaje naufragado, imagen que no se hace ilusiones sobre la naturaleza del diálogo en la era de las comunicaciones.


lunes, 9 de agosto de 2010

fragmento capitulo 1

Exposición de atrocidades
Por
Eduardo Juárez

 “—Gregorio — dijo la voz de la madre—, ya son las siete menos cuarto. ¿No tenias que irte de viaje?"  
                                                               Franz Kafka





                                             A Jazmín.

Exposición de atrocidades
Capítulo I

—Que todo sea por el amor a mi arte —anunció teatralmente Bauhaus mientras alzaba su vaso ofreciendo un brindis.
—Hace shó, vos hijuelagranputa —respondió Goya, explotando la p como bomba fonética, con decepción iracunda en su semblante y parpadeando rápidamente como si quisiera leer letras demasiado pequeñas y en un idioma desconocido.
 —Todo se reduce a hacer plata, mula, cuándo vas a sacarte la cabeza del trasero y ver que no es arte si no decoración lo que el mundo quiere, trivialidad es lo que pide a gritos, chiquilladas es lo que piden  que vos y yo pintemos —continuó, obviamente molesto y su voz sonaba como si estuviera a punto de soltar el llanto.
 —Arte transnacional, arte corporativo, pintar lo que la gente quiera consumir, arte banal, volverse la pizza del arte, con servicio a domicilio y garantía de entrega en treinta minutos o no paga —Ahora hablaba rapidísimo, sin resollar, como si se estuviera ahogando.
—Paisajes de La Antigua con delfines y unicornios invadiendo las nubes para el criterio de los que tienen plata mal habida en este país corrupto, para los que quieren mantenerse a la par de sus amistades que decoran sus casas porque piensan que hay que decorarlas, no porque necesiten rodearse de belleza, sino por el instinto de manada. —condenó Goya tragándose la desilusión que era lo único que conocía. —Arte sin voluntad. Arte sin pasión. Arte sin musas. Arte sin arte. Entretenimiento del más vulgar. Lástima que ya no hay guerrilla, muchá. Yo me metería a esa mulada, ¡por Dios! y les volaría bala a todos esos malditos locatarios del mercado del arte decorativo —tembloroso de rabia, el hocico de Goya estaba literalmente echando espuma.
 —Pé-len-me el e-jo-te-las-dos,  —dijo Popart.

 Los tres habían sido estudiantes de la Escuela de Artes Plásticas y sus apodos se los habían puesto ellos mismos de acuerdo al artista o género que querían imitar.
Goya tenía talento, se llamaba Francisco, era de origen indígena. Había leído biografías y estudios del maestro con exceso de pasión. Además, había escudriñado los cuadros de Goya por horas en los cafés cibernéticos cercanos a su casa y se identificaba completamente con el hecho palpable de que, más que la lujuria, lo que consume a la humanidad es el odio. También simpatizaba con Goya por las recurrentes visiones infernales y lunáticas que le sucedían donde quiera que se encontrara, en todas partes, en su mente, en su cuarto, cuando pintaba sus cuadros, cuando se emborrachaba en las cantinas de su cuadra, en su barrio y, en fin, por toda Guatemala. Otra razón por la cual se había apodado Goya era que se daba cuenta que también en su familia, como en muchas de las familias guatemaltecas, las madres y los padres preferían devorar a sus hijos en vez de alimentarlos, liberarlos y verlos ir y volverse ellos mismos.
Francisco a menudo fantaseaba imaginándose que él era una hilacha de carne atrapada en una carie en las apestosas fauces de la muerte y que ésta se la pasaba lengüeteándolo todo el día tratando de sacárselo de la muela, ya sea para tragárselo o escupirlo.
Bauhaus era tapicero y todo el mundo lo conocía como “El Topo”. Se había apropiado de ese apodo porque le sonaba delicado e intuitivamente sabía que era mucho más difícil diseñar una silla de primera calidad que pintar un cuadro que tuviera alguna utilidad. Fiel a sus inconscientes e inarticuladas convicciones estéticas, ni siquiera diseñaba sillas, únicamente las tapizaba y sólo pintaba cuadros malogrados. Alguna vez fantaseó con tapizar —intervenir— el piso del mercado de El Guarda con sus cuadros para que todo el mundo viera su trabajo y se paseara sobre él hasta que no quedara ninguna huella. Su fantasía era que en él encarnaba el pensamiento más absurdo y  más vulgar del jardín de imágenes guatemalteco.
 Popart era publicista. Le encantaba utilizar en su complicado y aparatoso léxico las palabras “creatividad”, “tecnología”, “innovación” y sobre todo “pasión.” Esta parte de su verborrea era el combustible que lo ayudaba a alcanzar sus más ambiciosos deseos.
Vendía bien su trabajo más por  su perorata mareadora y delirante que por la calidad de sus creaciones. Popart rechazaba todo: el realismo, el primitivismo, lo abstracto, el dadaísmo, el surrealismo, el posmodernismo y todo lo que no fuera “su obra”. Persuadía a los clientes diciéndoles que sus cuadros, fotografías, collages y esculturas sustituían la realidad con la belleza por medio del diálogo entre la armonía y ruido —ellos—, entre lo despierto y lo dormido —ellos—, entre lo único y lo masivo —ellos—.
—Ustedes, mis innovadores clientes —les juraba—, simplemente no pueden  perder al adquirir cualquiera de mis piezas.
Lo que verdaderamente lo había empujado a adoptar ese apodo era el hecho de que su formación familiar, ética, estética, sentimental y académica había quedado a cargo de la tele, la radio y una que otra revista ilustrada, pues desde pequeño aborreció las letras. El fantaseaba sin resuello que simplemente era una letra desconocida más en la mente de este país analfabeta.
—¡Pelámela vos a mí, maldito prostituto, asqueroso! Estás igual que las viejas zorretonas burguesas que compran tus mamarrachadas solo porque tienen calzoneados a sus garrotes y ellos les compran cualquier estupidez que haga juego con los sillones de su sala del catálogo Sears. Todo para no quedarse atrás y seguir propagando el desquiciado mal gusto adquirido de sus amistades imbéciles ‘nouveu rich’. Es como vestir a la mona de seda o  maquillar a un cadáver que se voló la tapa de los sesos, es echarle miel a una gran plasta de caca y pensar que es un manjar y comérsela —resolló—, ¡Mmmnn! que rico —, y concluyó entre carcajadas perturbadas.
Los ojos de Goya estaban a punto ser expulsados de sus órbitas por la profunda indignación que sentía, y continuó en un arrebato.
 —Mejor deberían decorar sus jaulas de oro con posters de purina puppy chow, de papel toilet recién usado, con alitas de pollo, con cajas de cartón de televisores Sony, con sus calzones pringados, con cualquier porquería menos con tus cuadros impostores, hijo de la grandiosa puta — , terminó gritando encaramado sobre su silla
 La rockola, que estaba atrás de unos barrotes para evitar que se la robaran, contaminaba el ambiente de mala suerte y muerte de La Estrella Fugaz con música ranchera, cumbias y melodías del recuerdo. “Hoy vi a Santa Claus llorar,” resonaba catastróficamente una canción del los Buquis que algún desgraciado había marcado en pleno junio.
—Sólo porque no ganaste nada en la bienal del supermercado no tenés porque apestar nuestra pequeña celebración del arte de mi arte con tu espíritu de súper bastardo amargado. —reprochó Bauhaus desilusionado mientras ayudaba a Goya a bajar de la silla.
  —Hace shó vos también, estúpido, cara de mi huevo —cortó colérico Goya. —Vos sos parte del problema, conformista fotocopiado. Mejor olvídate del arte y seguí tapizando sillones y sofás ajenos con florecitas primaverales  y pintando paisajes torcidos; el arte debe deshacerse de basura como vos —soltó una amarga carcajada de frustración.
Mientras tanto, la atmósfera de La Estrella Fugaz había alcanzado su nivel usual de infamia y desesperanza. Un borracho inconsciente se deslizó en cámara lenta de la silla y se acomodó lo mejor que pudo entre las escupidas del piso. Sus zapatos y calcetines hacía rato que se habían dado a la fuga con un amigo de lo ajeno. Otro bolo dormía en la mesa de la esquina. Tenía la cara hinchada y  raspada, y una poza de babas había creado un mini lago cuya fuente era la comisura de sus labios. En el fondo, tres jóvenes bebían serenamente sin platicar mucho. Sus semblantes eran ásperos y amedrentadores. Eran algunos de los ladrones del barrio. Esa noche habían robado lo suficiente y ni siquiera eran las diez.  Ahora, con silenciosa dignidad disfrutaban del dinero arduamente ganado por sus victimas.

A los tres aspirantes de artistas les gustaba La Estrella Fugaz porque los hacía sentirse dentro de una pintura demente de Van Gogh y además porque el trago era barato. En el ambiente había densas capas de degradación espiritual mezcladas con grasa acumulada de miles de bocas mal cocinadas. A pesar de la suciedad, verde perico y amarillo canario con tonalidades excrementicias eran los colores que definían las paredes.
Las huellas visibles de los brochazos y del goteado delataban la mala gana con que habían sido pintadas. Más que con brocha, parecía que la pintura hubiera  sido embadurnada con un cepillo de raíz o con los dedos. El piso era de un rojo diabólico, con vaporosos contrastes de rosado-con-su-amor-propio-herido. Los muebles de pino eran rústicos, flojos y mal acabados. Cada lugar que absorbía luz arrojaba la locura del gran Vincent: dedazos estancados de color hipnotizador y grueso  queriendo circular los objetos.
 —Los pintores y toda la insolente escena del arte guatemalteco no es otra cosa que una serie de destempladas poses pornográficas con actores antiestéticos y sin imaginación —, continuaba Goya devastando todo con su imparable metralleta verbal. —Toda Guatemala es una perra muerta de hambre de dinero con presunciones de señorita virtuosa y honesta haciendo performances en una feria católica.
—¿De qué jodidos estás hablando Goya? — indagó Pop perdiendo la paciencia con su amigo de la adolescencia. Quiso hacerle regresar a sus sentidos con un poco de ridículo, — Está altísima la marea de tu neurosis en esta noche de derrota. Deberías incorporar un poco de tecnología a tu trabajo estético, —ironizó herido Popart, viéndolo con incredulidad y disgusto.—Si hubieras ganado un hueso, aunque fuera honorífico, ahora mismo estarías carcajeándote y sofocado de calor, sonrojado, chupándote el dedo índice, sentado en las piernas del supermercado, susurrándole ‘es que…es que…es que lo quiero muuuuucho’ una y otra vez como quinceañera enamorada—remató agresivo....



sábado, 7 de agosto de 2010


solo para atroces

estimados y estimadas

están cordialmente invitados para el jueves 26 de agosto, en el palacio de la cultura a las 18:30 horas a la presentación del libro y la muestra pictórica "exposición de atrocidades”.

escribí esto como parte de mi feroz batalla contra la infelicidad del mundo. mi granito de arena de felicidad y mi insatisfacción con la escena artistica guatemalteca. creo que todo artista, hace lo que el quiere leer, ver en filme o en escena, pintado sobre un lienzo, y contribuir de paso  con nuestra cultura.


Es un alivio...

Nueva novela de Eduardo Juarez...

Exposición de atrocidades...

Tres ex estudiantes de artes plásticas: el talentoso Goya, indígena que leyó con pasión la biografía de los grandes artistas de la historia; Bauhaus, de oficio tapicero, conciente de que es más difícil diseñar una silla de primera calidad que pintar un buen cuadro, más allá de su utilidad para lavar dólares o adornar casas burguesas; y Popart, publicista retórico, víctima de un padre autoritario y una madre ultra-conservadora.

Se trata de personajes cuyo peregrinaje por la ciudad, ciertamente violenta, y el planeta esnobista del arte contemporáneo, con todo lo que ambas cosas tienen de exclusion e hipocrecía, desafían la manera habitual que tenemos de conocer nuestras propias “ciudades fantasmas interiores”.

¿Arte sin voluntad y sin pasión?, ¿ciudad sin alma ni esperanza? Toda la “insolente escena del arte guatemalteco” en una jornada de derrotas e interrogantes impostergables sobre el destino humano en América Latina.








Sergio Valdés Pedroni.